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Estudiantes autonomos
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Estudiantes autonomos

En las escuelas que soñamos, las y los docentes reconocemos el valor profundo de las enseñanzas impartidas, especialmente, cuando ellas ponen en juego aspectos sustantivos de la formación que tendrán consecuencias indelebles en la personalidad de los estudiantes. Más de una vez, se trata de la adquisición de valores tales como el respeto por los otros, por la justicia o la verdad. En otras circunstancias, se remite a la creación de hábitos que marcan conductas y formas de apreciar, por ejemplo, la cultura universal y las culturales regionales o locales, el placer por la lectura, el goce estético ante las obras del acervo de las diferentes producciones del arte. En todos los casos, pretendemos que las consecuencias de las enseñanzas impliquen improntas en la vida de los niños y los jóvenes que sean duraderas e indelebles, de tal modo que se manifiesten espontáneamente en la vida cotidiana y en la escolar, modificándolas para siempre de una manera enriquecedora. En síntesis, las intenciones de nuestro obrar se dirigen a conseguir que las y los estudiantes consoliden las enseñanzas y obren de manera autónoma en la dirección de las mejores actitudes y conductas construidas en las escuelas. La conquista de la autonomía se transforma así en un propósito de largo alcance para las escuelas. Nos interesa en esta propuesta analizar su sentido para las escuelas y las vidas de los estudiantes.

El sentido de la autonomía en el currículo

El alfabetismo en nuestra sociedad es mucho más que aprender a leer. El desarrollo de la sensibilidad y la oferta de programas que aborden los diversos modos de representar la experiencia (proposicional, poético, visual), debieran forman parte del enseñar. Perdemos lo que no usamos, no nos dejan usar o no nos estimulan a usar. La mente es una forma de logro o conquista cultural, conquista librada en los ámbitos escolares y también en los familiares. Si ambos ámbitos obran en la misma dirección, es probable que se potencien y favorezcan el logro de una mente más abierta y rica en los análisis del medio que la rodea, en la conciencia de sus estímulos, en el despertar de vivencias y en el goce de otras. Si, también, reconocemos, tal como sostiene John Dewey en “Experiencia y Educación” que una de las mayores falacias educativas es creer que el alumno sólo aprende lo que se le enseña, podríamos expandir la misma idea de conocimiento en la vida en el aula en tanto esta es compleja, impredecible y muy poco ordenada. El ideal de eficiencia científica que plantea manejar el aula mediante procedimientos uniformes parece lejano a la realidad del aula. Alumnos autómatas que cumplen lo que se les exige, piden u ordenan permiten el cumplimiento de los propósitos y objetivos educativos pero esto no parece ser lo que impacta en sus vidas o deja residuo. Cómo lee cada alumno la solicitud, la sugerencia y lo que implica en cada caso esa lectura determina más lo que impacta que la sugerencia o el cumplimiento de un objetivo determinado por el maestro. Por lo tanto, reconocer cuáles son las maneras de leer y pensar para estimular las formas e improntas personales posibilitará el logro de mejores desarrollos en la realización de las diferentes actividades y provocará un nuevo estímulo en el mejor sentido. Pero, la autonomía no debiera confundirse con el individualismo o la autosuficiencia.